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Después del FIB, cuanto menos, quedará despedirse de aquel mar que te arropó durante la estancia; el que no reclamó a nadie su pasaporte, ni CIF ni DNI, ni abono crematístico por lote de noches habitando su arenoso espacio. Su suelo permitió extender colchoneta o, en su falta, se amoldó a múltiples anatomías siendo amable con la decisión de veranear por Benicàssim al son de las músicas.
En la madrugada siguiente a la clausura, las nubes con sus galas más solemnes (de negro, claro) adornan cielo y orilla a modo de reverencia para provisionales y nostálgicos moradores de aquellos lugares; tomadores de instantáneas finales a modo de homenaje o registro GPS, para no errar localización en la venidera cita de 2011.
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